El trabajo era liberar tortugas recién nacidas en la playa, lo que incluía también hacer patrullaje nocturno para marcar a las tortugas adultas que venían a desovar. Ya nos habían explicado que en el río que corría paralelo al mar habían cocodrilos, pero de día no se veían, sólo mientras hacíamos esas caminatas nocturnas y alumbrábamos en dirección al río veíamos los pares de ojos que se reflectaban por la linterna. El día que más vi, eran como 10 pares, pero eso era todo. Hasta ese momento no había visto un cocodrilo salvaje de cuerpo completo, así que entre 5 que estábamos en las mismas nos escapamos después de las 5 de la tarde a ver si encontrábamos algo. Sin guía y rompiendo la única regla importante según el encargado que era no salir después que se escondiera el sol, pero nos fuimos igual, con linterna en mano en una expedición de crocodrile watching. De ida todavía se veía el camino y casi llegando al lugar donde el río y el mar estaban más cerca vimos una huella que iba en dirección al mar. Una huella de cocodrilo gigante. una cola que de lo pesada se enterraba como 10 cm en la arena y unas garras que se hundían un poquito más. Fue en ese momento que nos enteramos que los cocodrilos también nadan en agua salada y éste específicamente no había vuelto. Lo pensamos y decidimos seguir camino hasta llegar al lugar de siempre donde seguramente veríamos a los cocodrilos; el problema fue que ya la luz se había ido, pero seguimos igual y alumbramos el río para ver cuántos habían. vimos como 7 pares de ojos y en un momento de plena concentración escuchamos un ruido que nos dejó heladas y nos hizo soltar un grito que venía desde lo más profundo de nuestros seres. parecía que era hora de caza. En mi cabeza se armó la imagen del cocodrilo cazando un animal y metiéndolo hasta el fondo del río para darlo vueltas y comérselo poquito a poquito, todo eso mientras corríamos del susto. Corrimos con mucha fuerza, hasta que llegamos al lugar de la huella, la huella que seguía estando de ida y nunca de vuelta al río. Instantáneamente las 5 frenamos en seco. Teníamos que cruzar el lugar de la huella muertas de susto. eran como 3 metros de ancho y las marcas lo cruzaban todo. Teníamos miedo. Mi corazón ya estaba acelerado y cuando alumbramos hacia el lado de los matorrales se aceleró aún más. Brillaban los ojos a 3 metros nuestro y todavía nos faltaba cruzar ese lugar, o sea que todavía nos faltaba acercarnos más a los ojos que brillaban amenazándonos con hacernos parte de una escena de national geographic. No se movían, nosotras tampoco, pero teníamos que volver. Así que empezamos a tirar cuanto dato se nos venía a la cabeza para espantar cocodrilos. Qué sabíamos, nada. Se nos ocurrió empezar a hacer ruido y correr, lo más rápido que pudiéramos. Nos pusimos a cantar una canción. la única que nos sabíamos 2 alemanas, una canadiense, una estadounidense y yo. Twinkle little star. la cantamos muy fuerte y empezamos a correr, con linterna en mano sin sacarla de los ojos a los que nos acercábamos cada vez más. Mi corazón estaba a mil.
Cuando estábamos como a medio metro voló hacia mí y casi me dio un paro cardíaco. Era un bichito nocturno que también se reflectaba con la linterna. Nos empezamos a reir. Todavía con el corazón a full, pero nos reíamos sin parar. En el fondo, de puro nervio. La experiencia no fue real, pero la sensación lo era. La huella lo era, el ruido que sentimos en el río y el último bombeo de aire en medio de todo el miedo lo fue también.
Llegamos corriendo y riéndonos a carcajadas al campamento, pero después de ese día, sólo salíamos con la guía y después de la puesta de sol íbamos directo al área común donde sabíamos que estábamos lejos del río y a salvo.
A los cocodrilos los vi como un mes después y eran tan grandes que estoy segura que si sabía el tamaño que tenían no me escapaba esa noche.
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