| _Cada vez que voy entrando a Santiago, imagino lo mismo; Qué lindo debió haber sido antes de nosotros, antes que la civilización se adueñara de este valle. Con la cordillera blanca, majestuosa y con nieves eternas que pertenecían a todos, sin necesidad de crear repúblicas que las protejan de las sucias manos que les quitan los intestinos sin escrúpulos. Cuando el Mapocho pasaba limpio y abundante y se podía beber de él y las calles eran adornadas por árboles que crecieron salvajemente y no por propaganda política guindada en cada poste de luz que inconciente -o concientemente- polariza cada día un poco más a la sociedad.
Me imagino a los animales corriendo libres sin miedo a ser mascotas o pisadas por un fast and furious que se cree el cuento. Mucho antes que llegaran los colonizadores y nos hicieran celebrar el día de la raza, día en que comenzó la masacre de nuestra identidad y empezamos a influenciarnos con muchos errores del otro lado del charco. Cuando las esculturas eran piedras apiladas y no estatuas de personajes históricos que la mitad del país no puede reconocer.
Valle de tierras vírgenes donde abundaba la comida y la medicina natural que mantenía los cuerpos limpios y saludables. Muchísimo antes que llegara el primero que dijo "Este valle es perfecto para armar una comunidad, donde a la gente le sobre el agua y la comida y nuestros hijos puedan crecer libres y felices. Ideal para armanos la tierra prometida" Por suerte cierro los ojos y me imagino que en algún momento, alguien vió, vivió y disfrutó de ese paraíso que ahora llamamos Santiago y se jacta de tener el edificio más alto de latinoamérica

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