Voy a contar una historia familiar, que comenzó hace algún tiempo en un bar. Vamos a decir que fue una semana antes de que acabara el verano. Yo, de viaje (eterno) por Estados Unidos y un poco perdida y con un poco más de envidia por no tener la vida que quería. Mirando fotos de vez en cuando de gente feliz, que pareciera que no le importa nada, que se sienten tan satisfechos con ellos mismos que apenas tienen tiempo de hacerlo público -pero con un poco de público, en este caso YO- mirando una y otra vez esas fotos, deseando que alguna me mostrara algún defecto, algún esbozo de que esa felicidad no fuera cierta.
En eso estaba, cuestionándome mi propia felicidad, cuando decidí comenzar a disfrutar mis últimos dos meses en un país diferente, con un idioma diferente (que aún no me acomoda) y con gente muy diferente a mí.
Esa noche no me importó, decidí salir y no mirar a mi alrededor, o más bien mirar, pero no juzgar, ni lamentar no estar donde quería estar. Ahí estaba, bailando; una música que creí que detestaba, pero que se transformó en un himno de soltura para mí. En realidad nada me importaba ese día, nada excepto yo y mi felicidad, yo y el placer de bailar mirando alrededor y pensando en captar la atención de alguien. Vi a muchos... Me vieron pocos y sólo uno de esos pocos acertó.
poco me acordaba de su cara al día siguiente, poco me acordaba de la escena, pero mucho me acordaba de lo raro que fue darle un beso y de mi osadía, teniendo en cuenta que era el primero. Primer hombre en mi vida que beso bailando y primer hombre que conozco en ese país.
Estoy casi, completamente segura que sólo intercambiamos unas pocas palabras, pero completamente segura que ninguno de los dos entendió algo y que los dos lo dimos por entendido.
Fue especial, porque fue inusual y fue especial porque una de las cosas que recuerdo fue haber sentido confianza de comportarme deliberadamente.
Intercambiamos números y comenzamos a hablar. Correos electrónicos cada tres días, en todos negándome a salir otra vez. Miedo de no entenderlo, miedo a aburrirme y provocarle a él esa sensación. Pero qué... ya me quedaba un mes y medio.
Una cita? Al más puro estilo de Gringolandia. Cena, panorama entretenido, yo no beso en la primera cita y volvamos -o no- a salir a ver si algo resulta.
Carreras de auto... Además de no entender nada de lo que hablábamos, una vergüenza infinita como la de los 15 años. Dos shots de pisco antes de salir, un maquillaje casual, una vestimenta que no diga nada, pero que diga todo y estoy lista para mi cita.
Recuerdo haber hecho un poco el ridículo en las carreras, pero ahora que lo pienso, eso le dio confianza y le produjo algo, hasta ahora, un poco extraño en su vida. Alguien que fuera algo más que una simple cita, alguien con quien pueda salir a divertirse de vez en cuando, sin necesidad de presumir y sentirse incómodo.
Para mí fue perfecto, unas copas después de la carrera y una invitación a su casa (fácil... Un poco)pero poco me importaba. Estaba siguiendo los consejos de mis amigas que me decían, hazlo y no te sientas culpable, disfruta que ya queda poco, pásalo bien que después te vas a arrepentir.
Eso hice... fuimos a su casa y conversamos un poco más
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario